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viernes, 13 de febrero de 2015

La gloria de un abogado.

Día a día me convenzo de que la gloria de un abogado reside en entregarse entero a la búsqueda de la Justicia.

Pero no puede llegarse a la Justicia si antes no se conoce la verdad, porque no puede haber sentencia justa que se fundamente en hechos falsos.

Algunos se entregan totalmente a esa búsqueda y la idea de alcanzar lo justo los fascina, al punto que se olvidan de sí mismos y se acercan demasiado a la verdad, tal como Ícaro se acercó demasiado al sol, a la luz, perdió sus alas y cayó al mar.

La historia es prolífica en abogados mártires de causas justas. Esto es tan cierto como que no puede encontrarse sistema autoritario alguno que no haya manchado sus manos con sangre de abogado.

Éstos suelen ser las primeras víctimas de los sistemas opresivos, porque se ubican en la primera línea de batalla, enfrentando con sus palabras a los cañones de la fuerza. Esa es su vocación: perseguir la Justicia utilizando la palabra.

Invariablemente, la historia nos cuenta que, a poco que levantan su voz contra la tiranía, suele sobrevenir la muerte, la tortura, la prisión, la infamia, el destierro, o cualquier otra circunstancia capaz de silenciarlos.

En 1535, un abogado inglés fue decapitado por no legitimar con su palabra el ilícito actuar del monarca. Se llamaba Tomás Moro, y hoy es considerado el Santo patrono de todos los abogados.

En 1865, un disparo acababa con la vida de Abraham Lincoln, un abogado de Kentucky que había liberado a millones de esclavos en pocas semanas y había preservado la unión de una nación que se partía al medio. Hoy, el monumento más grande del mundo no puede hacer sombra a su gigantesca obra.

En 1948, un abogado indio moría de un disparo en la frente, luego de luchar durante décadas por la descolonización de su tierra y la libertad de millones de almas. Su nombre era Mahatma Gandhi, y sus únicas armas fueron la palabra y el ayuno.

En 1964, el abogado sudafricano Nelson Mandela fue condenado a 27 años de prisión, por sostener la idea de que todos los seres humanos son creados esencialmente iguales, sin importar el color de su piel. Al salir de su celda, muchas leyes separatistas de su país habían sido derogadas, y al poco tiempo los hombres de raza negra votaban por primera vez y lo elegían presidente.

Estos son sólo un puñado de ejemplos -de entre miles que la historia universal nos ofrece- de abogados mártires de una causa justa, que se entregaron sin reservas a la búsqueda de la verdad y la Justicia.

No faltan ejemplos en nuestras tierras.

Ya en 1811, nuestra libertad empezaba a pagarse con la sangre de Mariano Moreno, un joven abogado porteño, acérrimo defensor de nuestra independencia, que falleció en alta mar por una muerte por causas dudosas, habiendo negociado su destierro con quienes en ese momento poseían el poder de las armas.

En 1838, el abogado tucumano Juan Bautista Alberdi debía exiliarse a causa de su oposición inflexible al Tirano y la persecución de la Mazorca. Años después, redactaría nuestra Constitución Nacional. En la fecha de su natalicio se celebra actualmente el Día del Abogado.

En 1896, el abogado Leandro N. Alem, tras décadas de lucha en búsqueda de una democracia real, escribía su última carta, describiendo su depresión, su abatimiento y el agotamiento de sus fuerzas, para luego darse un tiro en la sien. Años antes había fundado el partido político más antiguo que hoy existe en nuestro país.

Del mismo modo, pero disparándose al corazón, moriría en 1939 el abogado rosarino Lisandro de la Torre, tras denunciar en el Senado uno de los hechos de corrupción más graves de nuestra historia.

La lista es interminable, y sigue creciendo, aquí y en todo el mundo.

Hace pocos días, esa lucha por el Derecho se ha cobrado una nueva víctima en nuestra querida República suicidada.

A la búsqueda de la verdad y la Justicia, el abogado Natalio Alberto Nisman se entregó entero.

Ofreció su trabajo y ofreció su cabeza.

La Historia aceptó la ofrenda.